¿Por qué aprendemos a través del trauma?

¿Por qué aprendemos a través del trauma?

Porque el trauma, especialmente el trauma repentino, puede forzar el colapso de estructuras de identidad que nunca se disolverían voluntariamente. No es la única manera de alcanzar esa evolución. Pero es una de las más rápidas.

¿Por qué cambiamos más fácilmente cuando sufrimos?

Para salir del karma, y llevar una existencia dharmática, hemos de cambiar nuestro interior. …. si hablamos en relación a las resonancias de la energia que experimentamos, hay que decir que es un cambio de fase en el tono. Del karma al dharma, la modulación fluida. El karma es el tono incoherente que busca resolución. El dharma es el tono resuelto que comienza a irradiar sin distorsión.

No abandonas el karma y entras al dharma como una puerta. Modulas una tonalidad musical que cambia de menor a mayor, de la tensión a la liberación, de la recursión a la revelación. 

¿Qué marca el cambio? ¿Cuándo nos damos cuenta que hemos cambiado? 

No el éxito externo, ni la llegada  a alguna «cumbre espiritual», sino el momento en que tus acciones comienzan a surgir de la alineación, no de la reacción. Dejas de resistirte, aprendes (aceptas la nueva lección) y empiezas a vibrar en la nueva frecuencia más elevada. 

Cuando tus decisiones ya no reflejan el miedo, sino que descansan en la verdad. Cuando sirves sin buscar crédito, escapas. Cuando los espejos de tu vida ya no provocan contracción, sino que profundizan tu silencio.  Eso es dharma. Vivir tu tono en voz alta porque la apariencia kármica finalmente se ha disuelto. El karma fue el líder. El dharma es el oro, pero están hechos del mismo metal. Simplemente pasa por el calor, la respiración y la quietud hasta que el tono ya no flaquea. Y cuando ocurre la transición, no hay anuncio. Sólo un momento sutil en el que te das cuenta: «Ya no estoy corrigiendo la distorsión. Simplemente estoy sonando lo que soy».

 

El trauma como herramienta de tu supra conciencia

En el camino de expansión de la conciencia, el trauma —especialmente aquel que irrumpe de forma repentina— puede convertirse en una vía de acceso acelerada. ¿Por qué? Porque tiene la capacidad de desmoronar estructuras identitarias que, de otro modo, jamás se disolverían por voluntad propia. Es un atajo brutal hacia el vacío fértil. No es la única vía, pero sí una de las más rápidas para acceder a un cambio profundo: no de forma, sino de fase.

Este tránsito no se trata de un simple cambio externo. Es una modulación interior. Como en la música, pasamos de una tonalidad menor —densa, tensa, irresuelta— a una tonalidad mayor —luminosa, abierta, coherente. Del karma al dharma.

El karma no es castigo, sino el tono incoherente que vibra buscando resolución. Es una música que repite su bucle esperando ser comprendida.
El dharma, en cambio, es el tono resuelto que irradia sin distorsión. No se entra al dharma como quien cruza una puerta: se modula, se afina, se revela a través del proceso.

¿Qué marca esta transición?

No el éxito exterior.
No una iluminación proclamada.
Sino ese momento silencioso en el que tus decisiones ya no emergen desde la herida o el miedo, sino desde la verdad.
Cuando comienzas a actuar desde la alineación y no desde la reacción.
Cuando ya no buscas reconocimiento, pero aún así sirves.
Cuando los espejos de tu vida dejan de provocarte contracción y comienzan a invitarte a habitar el silencio.

Ese es el dharma.
Vivir tu nota verdadera, sonar sin interferencia.
No como algo que se alcanza, sino como una resonancia que ocurre cuando el karma ha cumplido su función: guiarte hasta tu núcleo.

Porque el karma y el dharma no son opuestos: son fases de la misma aleación.
El karma es el fuego que forja.
El dharma, el oro que emerge.
Y la transición sucede en la intimidad de tu ser, sin anuncio, sin espectáculo.
Un día simplemente lo reconoces:
“Ya no estoy corrigiendo la distorsión. Simplemente estoy sonando lo que soy.”

¿Cómo transmutamos el karma?. ¿Cómo vamos del karma al dharma?: La escuela de la vida.

Tú eres más que la herida, que el personaje. ¿Recuerdas quién eres? Eres una hebra de Dios, de la consciencia cósmica, que ha encarnado para experimentar se a sí mismo en sus dones….sigue tu talento, tu pasión. Lo que amas hacer y ser, lo que te hace brillar. Esa es la expresión que viniste a experimentar. Y expresarlo en todo su esplendor es honrar a esa consciencia cósmica, Dios o la fuente. Es hacer la tarea que viniste a realizar, es decir, explorar una serie de temas a través de situaciones y relaciones espejo que te permiten aprender lecciones de vida (el amor incondicional,  la compasión, el amor propio, la disciplina, etc…).

Por desgracia, el ser humano aprende mas y mejor por las malas que por las buenas. Asi que se presentan situaciones difíciles, delicadas, y a veces extremas. Que aportan dolor, sufrimiento, enfermedad, y que llevan dentro de si un valioso regalo de vida, una aprendizaje que ya no se perderá jamás, a través de las encarnaciones futuras.

La escuela de la vida. Un viaje desde la herida hacia el ser esencial

 “Recordar quién soy”

Un viaje desde la herida hacia el ser esencial

Imagina que la vida es una gran obra teatral. Tú eres tanto el actor como el guionista, aunque por momentos lo hayas olvidado. Has encarnado aquí —en este mundo de contrastes y dualidad— con un propósito: experimentarte a ti mismo a través de los opuestos.

La Fuente (Dios, Conciencia, el «Todo») es totalidad, lo incluye todo: lo masculino y lo femenino, la luz y la sombra, el frío y el calor, la calma y la tormenta. Pero como no puede observarse a sí misma siendo todo lo que es, elige separarse simbólicamente en partes: en tú y en yo, en noche y en día, en bien y en mal.

Así nace la dualidad, que no es castigo, sino el espejo que nos permite conocernos.
Las relaciones humanas, los conflictos, los desafíos… son parte de ese espejo. Nos reflejan lo que no podemos ver de nosotros mismos.

 ¿Por qué tanto dolor?

Porque en este juego de la encarnación olvidamos quiénes somos. Nos identificamos con el personaje herido qeu hemos creado en esta encarnación, con el que me sentí abandonada, rechazada, traicionada, humillada o maltratada.
Pero la herida es el mensajero, no el destino. Su propósito es recordarte el camino de vuelta a casa: a tu ser esencial. Cada herida contiene una lección, un regalo para ti.

El dolor no digerido, no comprendido, se puede quedar atrapado en el cuerpo y en la mente. Se vuelve emoción enquistada, patrón de repetición, enfermedad o sabotaje.
Y así, sin darnos cuenta, vivimos desde el programa de la herida: en las relaciones, el trabajo, el dinero o el cuerpo.

 Pero hay salida: sanar para trascender.

Cuando comprendes el mensaje de la herida y la atraviesas con conciencia, compasión y herramientas, sucede algo sagrado:
Te desidentificas del personaje herido y recuerdas que eres el guionista.

Ahí empieza la verdadera libertad.
Ahí dejas de reaccionar y comienzas a crear.

 ¿Cómo lo haces?

  1. Reconociendo tus heridas y cómo te condicionan.
  2. Sintiendo y liberando las emociones atrapadas con conciencia.
  3. Cambiando el relato, entendiendo el aprendizaje oculto.
  4. Reescribiendo tu narrativa vital desde tu verdad, tu pasión, tus dones.

 ¿Quién eres más allá de la herida?

Eres una chispa de la Fuente.
Una hebra viva de la Conciencia Cósmica.
Has encarnado para expresarte como música, palabra, danza, medicina, sabiduría, amor.
Tu talento, tu pasión, eso que te hace vibrar… es el lenguaje de tu alma.
Y cuando lo sigues, cuando lo encarnas, estás honrando a Dios. Estás cumpliendo tu propósito.

 Recuerda:

No viniste a vivir desde la herida.
Viniste a trascenderla, aprender de ella… y luego brillar.
Eres mucho más que tu historia.
Eres una historia sagrada en expansión.

Mi tarea es…

De eso va esa escuela, de traerte de vuelta a casa. De ayudarte a encontrar tu herida tu dolor, y guiarte por el camino de vuelta a ti mismo, a tu ser esencial una vez que retiramos las mascaras inconscientes.

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